Os voy a contar una historia. La historia de una chica llamada Elisa, una joven de 16 años. Su personalidad todavía no está totalmente formada, pero es una chica alegre y divertida con un gran sentido del humor, aunque también algo reservada. Le cae bien a todo el mundo, y tiene una risa contagiosa que alegra a cualquiera. Elisa ansía encontrar el amor para suplir sus carencias afectivas, porque cree que es la única forma de conseguirlo. Y ahí aparece él, Luis para suplir sus carencias y llenar su mundo.

Su sueño hecho realidad

Al principio del enamoramiento todo son caricias, besos, cartas de amor, promesas eternas y más cariño del que podría desear. Está como en una nube de la que no se quiere bajar. Por fin tiene lo que tanto ansiaba y es suyo, solo suyo.

Pero el enamoramiento, ese estado de obnubilación absoluta mezclado con algo de estupidez y risa floja, tiene fecha de caducidad. Y llegó. De la misma forma que llegó el enamoramiento, el baile de máscaras paró y cada uno mostró su verdadero rostro. Luis ya no era tan atento como antes y anteponía sus necesidades a las de Elisa. El cariño era una moneda de cambio, que se quitaba si te “portabas mal”.

Al principio su poder empezó con cosas pequeñas. Comenzó con un “vas muy escotada”, un “no me gusta que enseñes las piernas”. A Elisa le parecían pequeñas cosas que no le importaba cambiar. “Qué más da si no me pongo faldas” se decía “él me quiere y tiene miedo a perderme, por eso lo hace”. Hasta le alagaba que su novio no le permitiera hacer determinadas cosas. “Es amor” pensaba, “el amor es una prisión consentida”.

Luego Luis se sentía más poderoso así que empezó a limitar más el comportamiento y vida social de Elisa para que no estuviera con nadie del sexo opuesto. Le prohibió salir con amigas, subirse en coches de chicos aunque fueran sus vecinos de toda la vida (si eran hombres, claro), no podía hablar con los amigos de él por si estos lo interpretaban como que estaba interesada, ni hablar con nadie que fuera un hombre.

La cárcel del amor

Esta situación hizo cada día más pequeñita a Elisa. Se volvió más reservaba y apenas hablaba. No se arreglaba y cuando iban por la calle miraba al suelo. En ocasiones si miraba a un punto y en esa dirección había un chico, Luis le montaba un espectáculo por la calle. “¿Te gusta, verdad?¿quieres tirártelo?”. Era lo más suave que podía decirte a gritos por la calle. Cada día se despertaba pensado “a ver cuál es el problema hoy”. Incluso un día pegó a un chico que la paró por la calle para preguntarle la hora. Hasta ese punto llegaba la obsesión de Luis por no perder a Elisa.

La relación duro 4 años, demasiados. Fue en el punto en el que Elisa ya tenía 20 años y quería VIVIR. En el curso donde estaba estudiando conoció a un montón de gente increíble que le hizo sentir y darse cuenta de todo lo que se estaba perdiendo. Ya no sentía amor hacía él, sentía lástima e incluso miedo. Lástima por él que había boicoteado algo tan bonito por sus inseguridad, y miedo a no saber que sería lo siguiente. Luis tenía sus propios fantasmas e inseguridades, y ella no podía ayudarle.

amor tóxico

La hora del adiós y de la libertad

La ruptura no fue fácil, él lloraba y perjuraba que cambiaría, que todo volvería a ser como antes. Como antes… Elisa ya ni se acordaba como había sido antes. De cómo ese chico divertido se había convertido en su carcelero. Cuando el amor la había hecho invencible para luego llevarla al más bajo de los infiernos. La gente no cambia de un día para otro y los cambios que Luis necesitaba tendrían que ser con ayuda profesional. Él solo no podría, demasiados frentes abiertos y muchas cosas que arreglar. Pero en su relación ya no había nada que pudiera hacerse para salvarse.

Él se lo había quitado todo. Su dignidad, su amor propio y su felicidad. Aquello que más ansiaba, que consideraba que era lo que le faltaba para ser feliz, era lo que la hundió.

Por fin era libre… ¿o no?

Por fin era libre, o eso creía ella. Pero había un problema. En su mente de forma inconsciente se fue formando una idea del amor equivocada. Una idea que la limitó en todas sus relaciones siguientes. Estaba repitiendo patrones sin darse cuenta. Cuando se sentía insegura usaba sus artes de manipulación para conseguir lo que quería. A través de enfados recurrentes condicionaba el comportamiento de sus parejas si no eran de su agrado. Sus celos obsesivos le hacían ver cosas donde no las había, creando problemas en sus relaciones.

Esto le provocó mucha infelicidad y mucho dolor, ya que es imposible que todo el mundo haga lo que tú consideres que es lo correcto. Los fantasmas de los celos la acompañaban adonde fuera y cada vez eran más grandes. Hasta que tuvo una ruptura muy traumática que la hizo caer al fondo del pozo y tuvo una revelación:

“Hasta que no cambie mi concepto del amor, voy a ser una infeliz toda la vida. Amor es dar alas, no contarlas”.

Se dedicó los siguientes años a identificar y modificar las creencias que tenía asociadas al amor, a causa de su baja autoestima, inseguridades, miedos y por su primera experiencia romántica. Trabajó en su autoestima, que se hizo indestructible. Ya no tenía miedo a que sus parejas le dejaran, quien no quisiera estar con ella tenía vía libre para irse. Ya no necesitaba a nadie para satisfacer sus necesidades afectivas, ya las suplía ella misma. Ya no se sentía menos que otras personas, reconocía su propio valor y lo que se merecía. Comenzó a tratarse como si fuera el amor de su vida, y todo cambió.

Ahora solo cree en el amor sano

Por que el amor es dar alas, crecer juntos y acompañarse en el camino de la vida. Y si durante el camino deben separarse, les quedará todo el cariño, respeto y admiración que un día se tuvieron. No sabemos cuanto tiempo estarán las personas en nuestro camino pero hagamos que sea un camino de semillas y de cosechas, y no de sequía y destrucción.  Un camino donde nos aportemos mutuamente, hasta que llegue el fin.

Porque nadie es de nadie, y el amor es poder elegir libremente cada día estar con esa persona.

¿Te sientes identificado/a?

Os voy a confesar una cosa. ¿Sabéis quien es Elisa? Pues Elisa soy yo. Yo tardé casi 30 años en darme cuenta del boicot que hacía contra mí misma en las relaciones. De dejar de echar la culpa a otras personas de mi poca suerte en el amor. Acepté mi parte de responsabilidad y decidí tomar cartas en el asunto. Ya no soy una pequeña niña asustada, ahora soy una mujer que se quiere y que ya no ve el amor como una prisión consentida. Ya no hay barrotes, solo hay luz y espacios abiertos donde cada uno explora el mundo pero siempre vuelve. Ahora tengo el amor que merezco y a una persona que me alegra la vida, el alma y me motiva a ser mejor cada día. Cada día le elijo, dure lo que dure.

Si te has sentido identificada con Elisa, no es tarde para cambiar. Puedes tomar las riendas de tu vida, abrir los ojos a patrones que hacemos de forma inconsciente y elegir una idea del amor sana. El amor no es dolor, ni represión, ni limitación, ni extorsión, ni exigencias, ni barrotes. El amor es felicidad, cariño, comprensión, libertad, respeto y admiración. Para eso tendrás que trabajar en ti mismo/a y encontrar a un compañero/a de viaje que tenga tu misma visión del amor sano, ya que no podemos hacer que los demás cambien.

Responsabilízate de tu propia felicidad, no seas esclavo de tus creencias.

Si quieres puedes dejarme un comentario contándome tu caso, si te has sentido identificada o has vivido algo similar, o cuéntame tu historia. Detrás de cada una de nuestras historias se encierran muchos aprendizajes.

Porque recuerda… volver a donde uno lo reciben con los brazos abiertos es felicidad.

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